Cada animal posee ciertas características que lo diferencian del resto. Incluido el hombre, claro. Formas de ataque, de defensa, de expresar alegría, odio, temor, amor. Cada animal tiene, puede decirse, su carácter. El cisne no es una excepción, pero tiene algo especial. Suele vivir en regiones frías, y habitualmente pantanosas. Tiene un pésimo sentido del humor, que hace que tenga pocos amigos dentro de su misma especie. Pero son decididamente monógamos. Cuando forman una pareja es para siempre y solamente la muerte de uno de los dos rompe ese idilio y esa fidelidad inalterables. Y son los protagonistas de una de las historias más indescifrables del mundo animal.
Bellos, orgullosos, de largos y estilizados cuellos, armónicos, los cisnes no cantan, salvo los ejemplares de una de sus especies que emiten un sonido algo gutural y poco agradable de cuando en cuando. Pero, sin embargo, casi todas las especies de cisnes rompen su mudez de toda la vida en un único momento: cuando están a punto de morir. En ese mismo instante, cantan de una manera armoniosa y casi mágica. El sonido de ese canto puede escucharse hasta 5 o 6 kilómetros de distancia en los espacios abiertos y se parece, por momentos, a la música de un corno, que es un típico instrumento de orquesta sinfónica. Luego, cuando la muerte esta ya más cercana, aquel sonido cambia misteriosamente y se asemeja mucho al tañer de unas campanas graves.